domingo, 14 de octubre de 2012

ESCUCHA TU SILENCIO



Te ofrezco hoy un ejercicio simple para entender que somos mucho mas de lo que creemos ser.

Prueben cerrar los ojos unos instantes... luego ábranlos.

¿Qué han visto?
Colores, nada, luces brillantes, oscuridad.
¿Quién es el que estaba viendo, aun cuando aparentemente no se estaba viendo nada allá afuera?
¿Quién es ese que estaba viendo?
Esa es la conciencia. Tus ojos estaban cerrados, sin embargo, ¿quién se dio cuenta de que había oscuridad, o luces? ¿O de qué, simplemente, estabas ahí?
La conciencia.
No somos este cuerpo. Ese es el mensaje que tenemos que comprender claramente. Tenemos un cuerpo.
Utilizamos un cuerpo para movernos en este plano tridimensional, y bendito templo es, que nos permite, con una nobleza inigualable, hacer uso y abuso de él en nuestro paso por estas experiencias en la tierra. Pero caer en la mera identificación del cuerpo es negar toda la capacidad de discernimiento de la que somos capaces.

¿De quién depende el cuerpo? ¿Quién mueve el cuerpo? ¿Quién está allí cuando el cuerpo está inmóvil o inerte? ¿Quién permanece cuando el cuerpo cesa en sus funciones?..,
A ver, ahora hagamos lo mismo, pero tratando de detener la mente.
Primero vamos a explicar cómo se detiene la mente, mientras hacemos este ejercicio.
En el momento en que te diste cuenta de que había oscuridad, o lo que hubiese allí, no había pensamientos.
Para tener la mente funcionando, necesitas un pensamiento, necesitas un objeto. Un objeto limitado por el espacio, como una persona o cualquier cosa física. O una idea, que vendría a ser otro objeto limitado por el tiempo en el espacio.
Entonces, cuando estabas viendo eso que veías, lo estabas sólo percibiendo, no pensando.
Cuando cierren los ojos nuevamente, fijen la atención en lo que ven, préstenle atención a esas luces o a esa oscuridad, o a lo que vean.
Si focalizan en serio y esperan, como el gato cuando está acechando al ratón, con absoluta atención… van a diferenciar con claridad…
Cerremos los ojos… Luego, los abrimos…
¿Qué pasó? ¿Vino algún pensamiento o estaban demasiado ocupados focalizando ahí?
Si estaban haciéndolo bien, no hay pensamientos. Y si vino alguno, entonces practíquenlo de nuevo.
Esto nos lleva a entender que si estamos en el aquí y ahora, en lo que ese está haciendo, o en la focalización del control de la mente, no puede haber pensamientos al mismo tiempo.
Es realmente simple, todo el mundo lo puede hacer, lo puede practicar.

Esa práctica nos llevaría al silencio interior, y éste nos lleva a la conciencia de lo que realmente somos, y la conciencia de eso lleva a la bienaventuranza, a la dicha, a la felicidad.
La idea es, entonces: silencio interior, conciencia, dicha… dicha, conciencia, silencio interior…
Esa práctica es buena para los que son hiperkinéticos y no pueden estar en calma con facilidad.
En esos momentos en que falta la paz, y la desazón se hace aparente, con el malestar que trae aparejado, es cuando más hay que atreverse a practicar esa detención del flujo de los pensamientos e ir vislumbrando, cada vez de modo más claro, lo que siempre se ha estado esperando en nuestro interior.
Este ejercicio también sirve para la gente que tiene tristezas recurrentes, a veces, sin motivo aparente o, a veces, con una clara idea de la situación que le produce sufrimiento, sirve para ambos casos.
Cada vez que viene ese caudal infinito de dolor y de tristeza, de emociones no resueltas, no expuestas, deberíamos quedarnos con calma y practicar el silencio interior, al que llegarás por la focalización de la mente. Rápidamente hay una respuesta de dicha en el cuerpo.
Incluso cuando estés en estado de calma, trata de observar la mente. A ver qué hace, a dónde quiere ir, cómo trata de meterse para llegar nuevamente a ti.
Se siempre el testigo de tu mente, el observador de la experiencia

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