Se puede reconocer a las mujeres que están
agradecidas de ser hijas de Dios por su aspecto externo. Estas mujeres comprenden la
mayordomía que tienen sobre su cuerpo y lo tratan con decoro; lo cuidan como
cuidarían un santo templo porque entienden la enseñanza del Señor: “¿No sabéis
que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”. Las mujeres que aman a Dios nunca abusarían ni desfigurarían su templo con graffiti, con silicona para poner sus figuras voluptuosas, para de esta manera llamar la atención, ni abrirían de par en par las puertas de ese santo y
dedicado edificio para invitar al mundo a mirarlo. Cuánto más sagrado que un
templo es el cuerpo, puesto que no ha sido hecho por el hombre, sino que fue
hecho por Dios. Nosotras somos las mayordomas, las guardas de la pureza con la
que [nuestro cuerpo] vino del cielo. “Si alguno destruyere el templo de Dios,
Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo
es”.
Las
agradecidas hijas de Dios cuidan su cuerpo con esmero, puesto que saben que son
la fuente de la vida y reverencian la vida; no descubren su cuerpo para
congraciarse con el mundo, sino que son recatadas para recibir la aprobación de
su Padre Celestial, porque saben que Él las ama profundamente.