“Si me quieres ya sabes cómo debes comportarte.. Si me
quisieras no me habrías hecho... Me has hecho tanto daño... Me haces tan feliz
cuando haces así las cosas... Espero tanto de ti”. ¿Acaso alguien pretende
responsabilizar a otro de sus propios sentimientos? Nadie es responsable de los
sentimientos de otra persona. Cada uno es, tan sólo, responsable de los suyos
propios. Y en caso de que alguien experimente frustración o desengaño en la
relación con otro, es porque le ha entregado un poder tal, que dicha relación
más se parece a dependencia e inmadurez emocional que a un espacio de calidad y
sana convivencia.
Si para lograr ser felices, necesitamos vivir con alguien
al que encadenamos a una determinada conducta, estaremos transfiriendo el
control de nuestra propia paz a manos ajenas. Cada cual tiene el derecho y el
deber de gestionarse su propia felicidad. Algo que nada tiene que ver con el
aislamiento ni con ningún tipo de barrera. Para lograr dicho objetivo, conviene
basarse en el propio trabajo interno y no en la evaluación de maneras de ser
ajenas. Y si alguien cree que va a ser feliz en el momento en el que la otra
persona haga o deje de hacer determinadas cosas, lo único que desgraciadamente
hará, será manipular de forma soterrada y ansiosa.