Sentirnos bien con nosotros mismos es una elección que
hacemos. Lo mismo ocurre con el hecho de sentirnos culpables. Cuando el
sentimiento de culpa es legítimo, actúa como una señal de advertencia,
indicando que nos hemos salido del camino. Y ahí termina su propósito.
Revolcarnos en la culpa les permite a los demás
controlarnos. Provoca que no nos sintamos tan buenos. Nos impide fijar límites
y tomar algún otro curso de acción sano para cuidar de nosotros mismos.
Podemos haber aprendido a sentirnos culpables
habitualmente, como una reacción instintiva a la vida. Ahora sabemos que no
necesitamos sentirnos culpables. Aunque hayamos hecho algo que viole un valor
establecido, el sentimiento prolongado de culpa no soluciona el problema sino
que lo prolonga. Así que, mejor repara el daño.
Cambia una conducta y, luego, deja ir los sentimientos de
culpa.
"Hoy Dios mío, ayúdame a disponerme por completo a
dejar ir los sentimientos de culpa. Por favor apártalos de mí y reemplázalos
con amor a mí mismo".