En el basto mundo de las debilidades humanas, surge la mujer sublime,
tierna, afable y amorosa, como un prospecto de quebrantos, lágrimas, penas y
sufrimientos porque no la toman en cuenta, porque la limitan, porque la
condenan a mil exigencias, porque la
utilizan, la humillan, la manipulan, la aprovechan, la maltratan,
la sacrifican y la crucifican sin ninguna piedad. ¡Y vaya, cuántas generaciones
de mujeres vienen recibiendo la misma herencia milenaria!
Mujer que en los ayeres de la aurora no tenía ni voz ni voto para nada, dueña de todo y dueña de
nada, la “María” consagrada a su hogar, a sus hijos y a su “amo”, el señor
de la casa. Mujer impuesta y sometida por el machismo cultural y
ancestral, que si bien es cierto, por su belleza angelical y por su caudal de virtudes,
el hombre la prefería, la buscaba, la
enamoraba para poseerla, tenerla y retenerla a su lado como un
objeto de su propiedad para que lo atendiera en todas sus solicitudes, le
pariera a sus hijos, le cuidara su casa y le sirviera (sin protestar), como un
“aval” a su exagerado poderío de macho, que sin hembra valía lo que vale un
cacahuate pelado.