Las rupturas de pareja muy a menudo
son inevitables. Unas veces, el amor muere sin razón: simplemente era un
viajero que decidió acompañarnos por un tiempo y después de cumplir su labor,
se despide de nosotras.
Pero en otras oportunidades, el amor
no muere, es nuestro amado quien impiadosamente lo asesina con cada grito,
indiferencia y acción que nos lastima…
El dolor se hospeda en nuestro corazón
y con el pasar de los días, el amor agoniza en nuestros brazos sin que nosotras
podamos hacer nada por verle respirar de nuevo. Impotentes, nos quedamos en el
suelo contemplando lo que alguna vez fue esplendor y hoy nos llena de
tristezas, pero después de tantas lágrimas, nuestros ojos por fin se lavan y
podemos ver la realidad. Al
fin, después de que el agua mojara nuestra alma, hemos despertado de ese vano
sueño que nos hacia dormir placenteramente en medio de las pesadillas.