Somos impotentes ante las
expectativas que otras personas tienen de nosotros. No podemos controlar lo que
los otros quieren, lo que esperan o lo que quieran que hagamos o seamos.
Podemos controlar cómo
respondemos a las expectativas de los demás.
Durante el curso de
cualquier día, la gente hace demandas acerca de nuestro tiempo, talentos,
energía, dinero y emociones. No tenemos por qué decir sí a cada una de sus
peticiones. No tenemos por qué sentirnos culpables si decimos que no. Y no
tenemos por qué permitir que el alud de exigencias controle el curso de nuestra
vida.
No tenemos que pasarnos la
vida reaccionando a los demás y al curso que quisieran que tomara nuestra vida.
Podemos fijar límites,
barreras firmes acerca de qué lejos vamos a ir con los demás. Podemos confiar
en nosotros mismos y escucharnos a nosotros mismos. Podemos fijarnos metas y
dar una dirección a nuestra vida. Podemos valorarnos a nosotros mismos.
Podemos adueñarnos de
nuestro poder al tratar con la gente.