Cuando encontramos en nuestra vida a ese ser que nos va enamorando con
sus palabras, con sus miradas tiernas, con sus pequeños detalles, nos va
envolviendo poco a poco en su entorno hasta dejarnos enamoradas de él, le vamos entregando de nosotras todo,
hasta llegar el momento de consumar ese amor, en esa primera noche de entrega,
de pasión mezclada con ternura haciendo de nuestra vida íntima toda una bella
fantasía, tal cual cuento de hadas en donde dice al final… “y vivieron felices para siempre”…
Pero al paso del tiempo, con el ir y venir de la vida, esa pasión se va
enfriando entre los dos, el cansancio, el hogar, la vida misma con sus
altibajos en economía, en los hijos…
Pasa el tiempo y nos damos cuenta de que nuestras noches ya no son tan
cálidas, ya no hay caricias de
madrugada, ya no hay ese inicio del día despertando entre la
calidez de sus besos y el nudo de sus brazos a nuestro alrededor y aunque estás
llena de esas ansias de perderte en sus besos, de volver a sentirlo en ti, te
quedas ahí, callada, con el deseo reprimido sin decirle nada, con ese temor de
sentirte rechazada.