Papito Dios:
“Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera;
porque en ti ha confiado. Confiad en Dios, porque en el Señor está la fortaleza
de los siglos”.
(Isaías 26:3-4)
La serenidad no es otra cosa que la calma. Creo que es esa tranquilidad que tú me
permites sentir aún cuando muchas veces pienso que mi mundo se deriva, o que
las ilusiones se han hecho trizas.
Es cuando veo la mar de los problemas intensificarse y
siento que los vientos me quieren derivar, pero aún así muy dentro de mi
corazón algo me hace sentir calmada, porque sé que tengo estabilidad y
seguridad cuando tú estás conmigo. Porque tú presencia en mi vida me hace sentir a salvo aún cuando pareciera
que estoy cerca del abismo.
Es la paz que me permites experimentar y que los demás
a mí alrededor muchas veces no logran comprender. Entonces actúo con firmeza
porque en medio de mis decisiones, sé que tú estás dirigiéndome con sabiduría.
Es la mansedumbre y el dominio propio que me das,
cuando vienen personas a intentar provocarme o queriendo hacer que me salga de
control para ver hasta dónde puedo llegar.
Experimento serenidad cuando después de un día cansado y cargado, muchas veces las lágrimas se
derraman de mis ojos y suspiro al recordar que tú recoges cada una de ellas y
me abrazas con tu inmenso amor.
Me regeneras, refrescas y alientas mi vida. Me
infundes nuevas fuerzas. Inyectas y soplas en mí de tu templanza. Y sigo aquí
aferrándome a vivir prisionera feliz de tus promesas. Sabiendo que en ti todo
tiene sentido.
Por eso humildemente reconozco y te suplico que nunca
me faltes. Sé que siempre estás conmigo, pero yo quiero hacerte saber lo
imprescindible que eres para mí. Sígueme dando serenidad para poder enfrentar
cualquier cosa que venga con valor y con la absoluta confianza de que tú me
llevarás hacia un lugar más alto.
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