Yo no sé por qué solemos ser tan prontos y tan
ligeros al juzgar a los demás… Tenemos un ojo crítico impresionante y,
lamentablemente, muchas veces retorcido… Y, lo peor de todo, es que nos
atrevemos a entrar en el mundo de las intenciones de los demás cuando,
habitualmente, sólo vemos lo externo, las apariencias.
No juzgar quiere decir vivir con una actitud de
misericordia, con un corazón que intenta salvar la intención de los demás, más
pronto a ver lo positivo que lo negativo, con ello no negamos que hayan cosas
mal hechas, incluso cosas que probablemente merezcan ser condenadas; lo que se
nos dice es que seamos como Jesús, que ha estado siempre más pronto a salvar
que a condenar.
¡Cuántas veces nosotros mismos hemos sido blancos
de críticas injustas, de juicios temerarios! ¡Y sabemos lo que duele, el daño
que hace! Jesús nos dice: “no seas así”, si quieres ayudar a tu hermano, no lo
condenes, tiéndele una mano y ayúdalo a salir de allí.
Además, Jesús nos invita a mirarnos a nosotros
mismos… ¡Cuántas veces nos creemos autorizados para decir a los demás lo que
tienen que hacer o lo mal que han hecho algo, sin habernos previamente visto a
nosotros mismos que somos iguales o peores que aquel a quien queremos
corregir…!
No seamos como los paganos, que se creen jueces
absolutos de todo y de todos, cuando el único que juzga rectamente es Dios, que
juzga con el corazón de una Madre… Seamos como Jesús… tengamos un corazón
misericordioso, pronto a la comprensión y a la ayuda… Sembremos nuestro entorno
de aceptación, de ternura, de compasión… Tengamos el corazón de Dios.
“JUZGAMOS SIN METERNOS EN LOS ZAPATOS DE LOS DEMÁS,
COMPRENDAMOS Y PREGUNTEMOS,
COMPARTAMOS Y NO ESPEREMOS,
VIVAMOS Y NO OFREZCAMOS,
RECUERDA, LA VIDA ES JUSTA,
AL FINAL EL AMAR ES ACEPTAR Y SOLO
DIOS PUEDE JUZGARNOS”
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