Los seres humanos estamos inmersos en una red de juegos sociales creados
por otros seres humanos. No conocemos sus caras o nombres; a veces y de vez en
tanto aparecen algunos, esos dueños de las leyes del mercado, del proceder
correcto, de los que crean la mirada de una sociedad; en la mayoría de los
casos obedecemos verdades sin cuestionar ni su origen ni su practicidad.
Crecemos y nos relacionamos, buscamos ese hombre con el que podamos
sentir una comunión íntima y personal; mucho más que el sexo, o las palabras
bonitas.
Pero cuando lo conocemos, justo cuando nos atrevemos a correr el riesgo
de exponernos, de dejar a un paso la hojalata de nuestras defensas, e
intentamos que nuestros mundos convivan, muchas veces nos corremos del contexto adecuado:
·
Los
problemas cotidianos, el dinero que no alcanza, los niños que se portan mal, o
las dificultades para alcanzar las metas, los sueños personales; la sensación
de “ser incomprendidas”, nos maneja día a día, y en repetidas ocasiones no
advertimos lo que se presenta frente a nuestros ojos.
Creamos nuestros propios conflictos:
Llegamos a la casa y en lugar de relajarnos y disfrutar de quienes somos con el otro; creemos descubrir que el campo de batalla está ahí, en la sala o comedor de nuestro hogar; y el enemigo es la pareja.
Llegamos a la casa y en lugar de relajarnos y disfrutar de quienes somos con el otro; creemos descubrir que el campo de batalla está ahí, en la sala o comedor de nuestro hogar; y el enemigo es la pareja.
Y entramos en una
competencia absurda, buscándonos más problemas de los que ya tenemos, o
veces creo que sería mucho más simple si existiera un termómetro del estrés,
para saber quién o qué tiene la razón.
Todo se transforma en una proyección de las
frustraciones internas, buscamos
enjuiciar, inculpar, a los demás de la infelicidad que sentimos. Los silencios
mortuorios o los golpes de puerta furiosos que dan por finalizada una
conversación, son las habituales guerras que no recompensan a nadie. Aunque en
el inconsciente de la pareja que ninguno haya ganado es un triunfo.
Ahora me pregunto, ¿para qué? ¿Para qué pretendemos ganarle al
otro? ¿Qué es lo que queremos ganarles? ¿Por qué es tan importante tener la
razón en algo? ¿Qué hacemos con la razón? ¿Qué es tener la razón? ¿Nos
enriquece? ¿Nos hace crecer como personas?
Perder no es ninguna fórmula exitosa para la vida; debemos aprender
a cambiar la óptica y a vivirnos en el contexto cooperativo. Reivindicando el bien por el bien mismo y
no por la conveniencia; dar nuestro cien por ciento de las veces; independientemente
de cómo el otro sea; dejar de ser espejitos; “si me habla bonito, respondo
bonito”, “si me ignora, lo ignoro”, “si no es romántico, no soy romántica”; ese
juego según las conveniencia no nos vuelve auténticas.
Si tu pareja te ignora, pues confróntalo, pregúntale que sucede. Ser
cooperativo es darle al otro lo que necesita, para poder actuar así, hay que fomentar la comunicación.
La cooperación es un valor fundamental, implica sacar la cabeza del
ombligo y construir de la mano con otros. Es resaltar el amor
como un conjunto, más que como un binomio. Y entonces cada día poder descubrir
en el corazón, que el amor es lo
más fuerte.
“SI QUEREMOS LLEVARNOS BIEN,
BUSQUEMOS SER COMUNICATIVAS
Y COOPERATIVAS. NO PRESTEMOS
ATENCIÓN A COMENTARIOS
MALINTENCIONADOS Y DEJEMOS
QUE LA LUZ DE NUESTRAS BONDAD
Y BUEN PROCEDER ALUMBRE
EL CAMINO A SEGUIR”
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