Muchos
dirán que no. Unos por pudor. Otros por convicción. Y algunos por
inexperiencia…
Lo cierto es que el amor está en todas partes. A
la vuelta de la esquina, en la vereda de frente, a pocos minutos de tu casa, en
la avenida que nunca transitas, en la carretera plagada de camiones, y
entonces… ¿por qué no podría el
amor estar también en el ciber espacio? ¿En internet? ¿Puede existir
el amor en un “no lugar”? O ¿será que el amor que emana de unos dedos sobre el
teclado, rebota sobre el monitor y se esparce sobre quién escribe?
Hombres y mujeres que están solos
buscan alternativas para “conocer a su media naranja”, las citas a ciegas de
los amigos son anécdotas de series, los números de teléfonos que se
consiguen en los antros casi siempre están descompuestos, ¿qué
alternativa nos queda? ¡INTERNET!
Aunque
algunos lo vean como un recurso “de desesperados”, de “gente urgida”, y como algo nefasto, corrompido y
peligroso; para quienes ya no salen de noche, los que no tienen amplios
círculos sociales, los tímidos, los retraídos, los solitarios, las divorciadas
y más… no deja de ser la carta que tienen para jugarse el todo por el todo al
amor.
Infinidad de páginas web
presentan la posibilidad de encontrar “la pareja de tu vida” por muy dinero a
cargo de tu tarjeta, y así, la procesión para muchos es pan comido. Chats
públicos, redes sociales, blogs, portales, mini blogs, etc., la oferta es muy
grande.
El engaño también está presente
en la vida virtual (al igual que en la real), pues enmascaran los miedos de
quién fluye a través de un apodo, y en la comunicación del encuentro,
entre OKIS, NOP, y SIP se van generando “expectativas”, y detrás del
anonimato las emociones reprimidas surgen, y los poetas muertos reviven.¡Siempre
hay quién enamora con su ARIAL!, con esas palabras acordes, exactas que
desarrollan la cadencia perfecta de nuestro imaginario.
Después de varios tímidos
encuentros por internet, tal vez surge el golpe a la realidad física. Algunos
los pasan airosos, se enamoran, se casan, se mantienen, se detestan, se
divorcian. Se conocen, se gustan, se vinculan. Otros no se ven nunca más.
¿Por qué nos
sorprende que en la actualidad las personas elijan este medio para conocerse?
Si en los años de los bisabuelos,
de la generación de los bisnietos que peinamos canas, las cartas de
presentación en las agencias matrimoniales eran la clave del encuentro, las
misivas colmadas de ilusiones y expectativas cruzaban océanos hasta las
manos de un extraño. Y un tiempo más acá el correo sentimental anunciado en periódicos
y revistas perseguía la misma fortuna.
¿Nos sorprenderá que tan
avanzados en tecnologías, sigamos desconectados del mundo? ¿Qué para
vincularnos tengamos que poner un usuario y una clave?
¿Nos sorprenderá que en el siglo
de las comunicaciones, la principal problemática sea la comunicación en las
relaciones? O acaso, ¿nos avergonzará la necesidad de pretender coincidir
con alguien más allá de nosotros mismos? ¿Serán las corazas que hemos
sabido levantar, las que se distienden cuando “aprendemos a amar” desde la
soledad de nuestro ser? ¿La magia de no saber quién está juzgándonos nos dará
aire para remontar nuestras ilusiones?
Reflexionando, he llegado al punto
de plantearme ¿cómo vivimos internet, como un camino o un
destino? ¿Cómo una posibilidad de descubrimiento o un resultado? Y
en este interrogante, creo que está el foco de atención. ¿Las redes sociales son utilizadas
para conocer o desconocer? ¿Para acercarnos o acechar? ¿Para ser quienes
somos o soñar con quienes podríamos llegar a ser? ¿Buscamos conquistar a otras personas o
iniciar sesión con nosotros mismos?
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