“Hasta que la muerte nos separe” es una promesa hermosa con la que
toda persona alguna vez ha soñado.
Pero parece una promesa difícil de cumplir, pues constantemente hay
divorcios, separaciones y rupturas sin necesidad de llegar a la muerte.
¿Qué muerte? – me pregunté un día, ¿la
física?, ¿la sexual?, ¿la emocional? ¿Cuántas muertes vive una pareja? ¿Cuántas
pérdidas no elaboradas se llevan a la cama día con día? ¿Cuántas?
Tal vez muchas, seguramente más aceleradas que la física. La
muerte de la pasión, es la primera. Esa incómoda pérdida de brillo,
cuando al que amamos se le ocurre dejar de “encenderse” para nuestros ojos, y
se transforma en un simple mortal.
Ese puede que sea el primer gran cambio para la pareja, algo que los
lleva a vivir el resto de sus días entre lo que debería haber sido la vida de
casados y lo que no sucedió. Y en la confusión de la insatisfacción, la pasión
toma sus maletas y se larga a otros brazos.
Es cuando, el apetito sexual que pecaba de lujuria, comienza a
desnutrirse, y surge la hambruna del displacer, los reproches y dolores de
cabeza. La indiferencia se instala en el cuarto de huéspedes y
la comunicación comienza a transitar el ritmo arrítmico del decir y del
escuchar. Los sentimientos hacia el otro comienzan a cuestionarse, “¿Por
qué me enamoré de esta persona? ¿Qué vi en ella? ¿Lo quiero o lo amo?” –
Diferencias inútiles- cuando uno duda respecto de… la confusión lo explica
todo. Apenas se conocieron no había duda de que se amaban y querían, sin
embargo ahora; ya no nos atrae físicamente, se ha descuidado –me ha descuidado-, engordó
varios kilos, no se arregla como antes…
Hemos caído en un ciclo de muertes sin vueltas, sólo
falta la física, la que inexorablemente se dará, la que conocemos que existe de
memoria.
Empero, el resto de todas las que hemos vivido muriendo, esas no las
contemplamos a la hora de acordar este proyecto común que se llama: matrimonio.
Tuvimos vestido, fotos, trajes, regalos, vals, felicitaciones, pastel,
buenos augurios; pero no tuvimos “conciencia” o elegimos no tenerla. Nos
dejamos seducir por todo lo exterior, y nos olvidamos de plantear hasta dónde
seríamos capaz de llegar por el propósito que nos unió: el amor.
Pero, ¿es necesario ver la película de toda nuestra vida de pareja ante
nuestros ojos para poder reaccionar? ¿Hasta ahí deberemos llegar para salvarla?
Siempre pasamos por “pérdidas”, es un camino que como seres humanos
transitamos, algunas son más significativas, otras positivas, dolorosas,
negativas, tediosas, ambiciosas, pero de todos modos, “perder” es
“perder”, es dejar de tener eso que nos aportaba valor a
nosotros mismos, sea un trabajo, relación, país y eso que se deja de tener crea
un vacío, a veces difícil de llenar, otras irremplazable, otras que crea
oportunidades.
Estamos en un constante devenir, pero no implica que deba ser hacia el
deterioro. Si aprendemos a que tú no eres la misma que cuando te casaste, que
él tampoco lo es, que las experiencias que han vivido los han ido modificando,
si somos conscientes de pertenecer a un cambio permanente, ¿por qué no
aceptar que lo que nos pasa forma parte de ello y que en lugar de separarnos
nos puede unir? ¿Por qué no apostar a las resurrecciones en lugar de a
las muertes?
No dejemos que el amor que sentimos navegue a la deriva de un
reduccionismo cómodo, las cosas no son fáciles ¿y?, trabajemos por lo que
queremos, con esfuerzo, y voluntad podemos construir grandes momentos en
nuestras vidas.
No es la muerte la que nos separa sino nuestros propios prejuicios.
http://www.todamujeresbella.com/
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