Hay que amar cada segundo en el que tenemos la oportunidad de
vivir, puesto que es allí en donde apreciamos la grandeza del universo.
Debemos amar incluso lo que a ratos no se nos hace
muy agradable, ello le pone cierto “picante “a nuestra existencia y nos
recuerda que no todo en este mundo debe ser como nosotras queremos que sea.
En
muchas oportunidades, se nos pasa por alto o nos puede parecer “tonto” e
“inadmisible” amar tareas a las
que no les damos mayor relevancia como el comer. Sin embargo, ello en si ya es una
bendición que amar: podemos
sentir el olor, el sabor, el gusto y las texturas de los alimentos; podemos ver los colores y tenemos el
placer de consumir algo que es de nuestro gusto. En fin, en ese acto tan
sencillo asistimos a una danza de los sentidos en la que bailan nuestras
percepciones, sensaciones y evidenciamos la grandeza de ser humanas.
Amar parte de lo sencillo de la cotidianidad. Pero resulta paradójico que pareciera
que sólo en fechas especiales queramos demostrarle a los demás cuanto les
amamos… Quizá vivimos imbuidas
por una rutina o un miedo a la expresividad que sólo nos permite regalar
migajas y cortos instantes de amor… Pero lo cierto es que NADIE merece migajas
ni cortos instantes…
Regalamos presentes con el ánimo de querer demostrarle a alguien que le
amamos, pero se nos olvida demostrar ese sentimiento a diario, cuando tenemos la posibilidad de
llenar su corazón a partir de las bienaventuranzas de lo inesperado.
No
hay nada sorprendente en que te regalen una golosina o una valorizada joya: ambos son objetos sin vida,
dotados de una frialdad que a veces resulta desgastante. Estos objetos no representan en nada
al amor, sólo dejan entrever una cultura en la que prima lo material sobre los
sentimientos, en la que debemos dar presentes casi por “obligación” y qué
problema se nos arma si no damos algo que esté a la altura de la situación… Nos
vemos obligadas a dar un regalo de vuelta, pues si se me dio un presente, yo
también debo hacerlo, debo devolvérselo.
¡Y
no! ¡Definitivamente no! No hay magia en este tipo de detalles prefabricados y
cuidadosamente pensados para no levantar una mala acción del “qué dirán”.
Ningún objeto por costoso que sea, podrá llenar un alma, la felicidad no se regala en forma de
autos, ropa o chocolates.
La felicidad se regala en forma de besos, abrazos, susurros, caricias y
sentimientos. Esto sí configura un verdadero regalo,
puesto que con esto regalamos un
pedacito de nosotras, que sólo
nosotras podemos entregar de forma calurosa y desinteresada… Esto, no puede
adquirirse con todo el dinero del mundo…
Todos los días, la apuesta es amar desde lo cotidiano y entregar algo de nosotras mismas, algo que no esté afuera y no pueda comprarse, algo lleno de amor y no de obsolescencia:
entrega simplemente amor.
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