Algunas
personas son demasiado miopes; tienen el defecto de que no ven sino lo que está
muy cerca y no observan la vida más allá de sus narices. Hay otras que
solo ven de lejos y, por ende, no identifican las cosas buenas que tienen al lado.
Hay quienes sufren de astigmatismo y escasamente ven imágenes deformadas. ¡De
esos abundan en todas partes! No faltan los que utilizan lupas, esos artefactos
que lo único que hacen es ayudarles a ver sus problemas más grandes de lo que
realmente son. NO podemos dejar de mencionar a los que ven el vaso ‘medio
vacío’ porque, según ellos, “nada sirve”, “nada funciona”, “nada es
suficiente”... Claro está que los peores son los que no quieren ver.
Hablamos
de los ciegos espirituales. Son esas personas que no se fijan sino en sus
problemas, sin detenerse a pensar en las angustias de sus familiares, amigos o vecinos.
El egoísmo es, a mi juicio, una imperfección del corazón y, por qué no decirlo,
también de la inteligencia. Todos debemos manifestar consideración hacia
los demás y mirar la vida de una forma humana. Hay que servir más porque,
de esta forma podemos brillar. Todos, de alguna forma, tenemos que ser luces
para los demás. Esas chispas no son más que los deseos de ser una mejor
persona, de ayudar a quien nos pide una mano y, sobre todo, jamás hacerle daño
a nadie. Los que brillan no son los que más alumbran, sino los que siempre
tienen energía para colaborar. Hay miles de luces en el universo; pero hay un
astro que tiene su propio brillo: ¡Ese es usted! El solo hecho de que usted
respire es un resplandor que va más allá del planeta. Hay que agradecerle a
Dios que todos los seres humanos seamos unas auténticas ‘estrellas’. También
hay que tener presente que debemos ayudar a nuestros semejantes a levantar su
carga, pero no nos consideremos obligados a llevárselas. Tampoco hay que ser
‘bobos’. ¡No se trata de hacer grandes sacrificios! Lo que se debe
hacer es respetar los derechos de los demás, ser misericordiosos con todos y
conservarnos limpios de corazón.
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