domingo, 17 de agosto de 2014

QUE SU DOSIS DE ORGULLO NO LO ELEVE ‘MÁS DE LO NORMAL’


Cómo controlar y combatir el orgullo excesivo.
Todos tenemos algo que está dentro de nosotros que, sin ser del todo ‘malo’, puede hacernos pasar situaciones desagradables.
¡Hablamos del orgullo!
No es que sea ‘pecado’ estar orgullosos de las cosas buenas que hemos logrado a lo largo de los años. Sentimos ‘orgullo del bueno’ cuando actuamos con sinceridad, humildad y respeto, sobre todo, es un orgullo ser buena gente.
Lo errado es ‘sobredimensionarnos’.

¿Por qué?
Porque esa forma egoísta de ver las cosas, con relativa frecuencia, hace que estallemos por cualquier bobada. La incomprensión, las críticas, las humillaciones o las tentaciones son los peores detonantes de nuestro orgullo.
Los demasiado orgullosos suelen ser ‘miopes’: tienen el defecto de que no ven sino lo que está cerca de ellos o lo que les cabe en sus mezquinos pensamientos.
Hay quienes son ‘miopes espiritualmente’. No se fijan sino en sus problemas, sin detenerse a pensar en las angustias de sus familiares, amigos o vecinos.
¡Insistimos! No tiene nada de extraño que cada quien piense que sus cosas, sus apellidos o sus formas de ser en este mundo sean las mejores. Lo absurdo es pretender restregarles a los demás sus éxitos o rangos sociales.
Hay que admitir que todos somos iguales. Si no lo cree, vaya al cementerio y observe cuántos famosos de ayer hoy reposan ‘metros bajo tierra’.
Los excesos de estimación propia suelen confundirse con la arrogancia, el rencor y la soberbia. Por eso, muchos se hacen “los de rogar” y hasta se creen de una raza distinta.
Lo único cierto de todo eso es que ellos ni siquiera aprenden a pedir perdón y, por el contrario, esperan que los demás se arrastren ante ellos.
¡Cuídese de ser orgulloso!
Y si eso no le importa, es probable que tal actitud le deje un vacío profundo y una soledad absoluta y aterradora.
¿Cómo desterrar esas formas de actuar y de pensar?
Hay que admitir que no es fácil, entre otras cosas, porque no basta con cambiar de leyes. Porque si un millón de lobos se reúnen para hacer unas normas muy bondadosas, seguirán portándose ferozmente mientras sigan siendo lobos.
Un primer paso está en profesar respeto, sea para quien sea. Además, hay que buscar el equilibrio, ser comprensivo y tener más tolerancia; incluso con las personas egocéntricas.
Baje su brazo cuando deba ser humilde y dé sin esperar nada a cambio. Logre que la gente lo quiera, no por su orgullo, sino por su don de gente.
Además, aprenda a pedir perdón cuando se equivoque y tenga una ‘gota de consideración’ hacia los demás. Para ello, es preciso un cambio de actitud.
Es clave transformar los sentimientos y las ideas, de manera paciente, paso por paso, hasta llegar a entender las cosas básicas de la vida; las cuales se resumen en que todos tenemos los mismos derechos, todos somos personas y todos merecemos ser felices.
¡Aprenda a diferenciarlos!
La vida no se puede quedar en presumir lo que “somos” o lo que “tenemos”. Eso no quiere decir que tengamos que limitarnos a ser las personas que los demás quieren que seamos y no hagamos nada por crecer.

Diríamos que hay dos tipos de orgullo: el de la sana alegría por nuestras metas alcanzadas; o el de la vanidad, que nos hace ver como si fuéramos mejores que los demás.

Alguien comparó el orgullo con el colesterol en la sangre, que también es de varios tipos: algunos convenientes y otros perjudiciales. La cuestión consiste en diferenciar el uno del otro. 
¡sea usted mismo!
Casi todas las personas viven y mueren en el seno de una filosofía de vida que no han practicado jamás y que, incluso, sí les exigen a los demás.

Hay quienes se la pasan rezando como ‘loras borrachas’ y cometen miles de faltas en su diario vivir.

Otros dicen ser altruistas con obras ajenas; y algunos más se tildan de “ecuménicos”, cuando son los seres más radicales de este mundo.

¡No faltan los que prefieren no hablar del tema para no estresarse!

No vamos a criticar a credo alguno; de hecho, todos los caminos que conduzcan a Dios siempre serán buenos, ¡sin fanatismos, claro está!

Esta reflexión le apuesta a que se debe creer en el Dios que hizo a los hombres, pero no en el que algunos hombres han transformado para su beneficio propio.

Por último, nunca olvidemos que Dios nos dio los trajes a nuestras medidas y tallas y que, por supuesto, nos corresponde lucirlos con sencillez, pero al mismo tiempo con el porte de la dignidad.

Sea buena persona y siéntase orgulloso por ser así. Ojo: jamás le permita a nadie que le diga que usted no es valioso. 
¡Adelante!
Siempre tenga presente que la piel se arruga, el pelo se vuelve blanco, los dientes se gastan y los días se convierten en años.

Pero, lo importante no cambia. Su fuerza y convicción no tienen edades. Su espíritu es el ‘plumero’ de cualquier ‘tela de araña’.

Detrás de cada línea de llegada hay una de partida. Detrás de cada logro hay otro desafío.

¡Mientras esté vivo, siéntase vivo!

Cuando por los años no pueda correr, trote; cuando no pueda trotar, camine; y cuando no pueda caminar, use el bastón. ¡Siempre adelante! 


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