Una vida sin cicatrices no
es una vida que merezca la pena, detrás de cada cicatriz hay una historia, y
detrás de cada historia, algo hay aprendido si prestamos la suficiente atención
a lo sucedido para hilar una serie de acontecimientos casuales en una argumentación
coherente de lo vivido.
Las relaciones humanas no se
rompen, se desanudan. Cuando rompemos
relaciones algo también se rompe dentro de nosotros: perdemos integridad
adentro y afuera, pues nos quedamos con la herida del resentimiento que afecta
permanentemente nuestra vitalidad. Si desanudamos con paciencia los lazos que
nos une, esos lazos jamás se romperán
aunque estemos muy lejos; nos llevaremos el regalo de la lección aprendida más
que el sentimiento de fracaso que nos amarra al pasado. Los resentimientos son
cicatrices sensibles en tu corazón que generan sufrimiento, melancolía y llegan
a convertirse en enfermedades.
No permitan jamás que una relación llegue al
extremo de la ruptura que destruye y desintegra esa red de soporte emocional
que da sentido a la vida
Lo que hace un buen médico
cuando alguien tiene una hemorragia severa, es obviamente ponerle sangre, pero
no se queda transfundiendo sangre toda la vida; mientras transfunde la sangre
cierra la herida. Si queremos sobrevivir en el plano emocional, además de
transfundir energía, valor o ánimo es necesario cerrar las heridas y tratar
esas cicatrices profundas y sensibles que aún no acaban de sanar.
“ESTAMOS HECHOS DE CICATRICES,
DEPENDE DE NOSOTROS, CERRARLAS
O DEJARLAS SANGRAR”
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