Asumo
que quién no cree en el amor, no cree porque no tiene experiencias positivas al
respecto. Cuando digo positivo quiero decir que no tiene la
sensación de ganancia, de no lograr vincular algún episodio de su vida con un
extra, o valor agregado que el amor supiera darle. Será que en sus
primeros años no lo recibió de sus padres; su contexto familiar ha sido frío y
distante; o en la adolescencia /adultez ha vivido traumáticas relaciones.
Es
decir, quién no cree en el AMOR, está parada en el MIEDO; en
un lugar oscuro que prediga limitaciones, que no dejan crecer, avanzar y correr
riesgos. De una u otra forma es un lugar de “cuidado y protección,” el miedo se
instala en la mente para “defendernos” de algo que puede ocurrir.
Si
vivimos viendo una relación con abusos físicos y mentales; y nuestros padres o
madres nos enseñaron que eso era amor, lo repetiremos en nuestras relaciones;
porque hemos sido amamantadas con esas creencias. Salir de ellas implica una
gran fuerza interior. Lo mismo sucede cuando sostenemos relaciones tortuosas de
pareja; en dónde el varón miente,
humilla, lastima, una y otra vez; hasta que la desilusión se hace carne. Y
decimos: ¡Basta, ya no quiero conocer a nadie! ¡el amor me hace daño!
Pero
escucha muy bien, el amor no hace eso; eso no es amor, puede ser una energía
vigorosa de pasión; un encantamiento, pero no es amor.
El amor es una energía sublime, que respeta, que crea, que genera, y multiplica.
Cuando uno ama en honestidad emocional y recibe el mismo trato, fluye, vibra,
siente.
Cuando “no creemos” en base a
nuestras experiencias nos estamos “protegiendo” de lo que
pueda suceder.
Es
imperioso entender que lo que hemos conocido “no
fue amor”. El amor es otra cosa.
Quizás
muy pocos conozcan el amor; creo que es un encuentro mágico y único; tal vez
necesitemos andar y rodar para prepararnos antes de comenzar la maestría del
amor.
Cuando
tememos nos alejamos de lo que anhelamos; permanecemos esclavos a la
conversación interna que nos dice “No, no te muevas; te puedes caer, te puedes lastimar”.
Encerrarnos
en una burbuja de salubridad puede ahorrarnos algunas heridas, pero también
mucho gozo.
Si la
experiencia te ha enseñado, deberías encauzarte a “volver empezar”, sin olvidar
lo aprendido.
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