La sabiduría popular, dentro de su gran abanico de posibilidades, asegura que “quien juega con fuego, se quema”, sin embargo, muchas veces nos creemos pirómanas, expertas en tragar y hacer malabares con fuego sin que su calor nos llegue a rozar ni tan siquiera por un milímetro.
No en vano se pronunciaron estas palabras y hay muchas formas de
quemarse, no sólo el cuerpo sino también el alma y el corazón.
Algunas personas usan como mejor criterio para iniciar una relación de
pareja, el hecho de ser amadas, y sencillamente, lo único que quieren es dejar pasar los días y tener a alguien
a su lado. Por ello, en ciertas ocasiones tienen pensamientos como:
“voy a estar al lado de Juanito, pero sólo porque no quiero estar sola”,
“¡No importa! Yo ando con esta persona para llenar el vacío que hay en el lugar
de mi pareja” o “Estoy con él mientras tanto, mientras llega una persona que
verdaderamente me atraiga y me enamore”.
Si miras bien estos pensamientos –muy crueles, por cierto- todos
denotan necesidad: la
necesidad de no sentirse solas, de no estar solas, de tener a alguien que te
ame, que te recuerde que eres importante, entre otros. La lógica es
empezar a preguntarnos: ¿qué nos lleva a convertirnos en unas despiadadas a
ultranza con los sentimientos de quien nos ama? ¿Nuestras necesidades son tan
grandes como para creernos con el derecho de jugar paint ball con el corazón de
otro ser humano? ¿Por qué vemos a la pareja como un objeto desechable que se
puede tirar cuando encontremos a otro que sea más de nuestro agrado? Y más aún,
¿Por qué voy a lastimar a quien me ama? ¿Sólo merezco entablar una relación de
pareja que se fundamente en la necesidad?
Como siempre, la naturaleza humana se llena de contrariedades. Hace unos
días, escuchaba hablar a dos amigas: la primera, me contaba que su noviazgo
había empezado como por “no dejar” y la segunda, decía que su pareja era
un reto que alcanzar. ¿Resultado? Quemaduras de primer grado: en este
momento, ambas se encuentran enamoradas de quienes en un inicio tenían una
etiqueta de “desechables”. Pero no todas las historias de estas características
terminan así: con una oportunidad para que el demuestre cuan maravilloso es. En
otras historias, el sentimiento de culpa invade y quien era un o una
“segundona” termina por dejar a un lado a quien le lastimó, por otra parte,
estos últimos terminan por sentir un gran remordimiento por haber perdido a
alguien muy especial a quien no le dieron el lugar que merecía. Por supuesto, nunca faltará quien va
por la vida con un corazón de plástico y sale impune y bien librada de todas
las fechorías que hace, pero la balanza de la vida se equilibra y tarde o
temprano estos bufones Casanovas terminan por anhelar lo que un día fue amor y
no una diversión.
Quien juega con fuego…
Lo mejor es que sepa tratar quemaduras, y de las más profundas. Lo ideal
es no jugar, no se necesitan dos dedos de frente para saber que todas pagamos
el precio de nuestras equivocaciones. No tenemos el derecho de jugar con nadie
y menos permitir que jueguen con nosotras.
Valemos más que una decisión fortuita, merecemos el esfuerzo y
dedicación de un corazón sincero y amoroso. Los sentimientos no son un juego, son la realidad más
hermosa que podemos vivir si estamos dispuestas a actuar con honestidad e integridad.
La recompensa no está con quienes mienten por facilidad y toman el camino
rápido… la recompensa se encuentra a la vera del camino de quienes toman el
camino rocoso, aquel que exige que hay que escalar por la montaña del miedo,
nadar en los lagos de la intranquilidad y caminar sobre los campos de la
inestabilidad para, finalmente, llegar al portal del entendimiento y la
otredad, en el que encontraremos un inmenso aviso que nos da la bienvenida a la
morada del amor.
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