Un obstáculo para la alegría
y el amor puede ser una tristeza no resuelta del pasado.
En el pasado nos decíamos a
nosotros mismos muchas cosas para negar el dolor: “No duele tanto... Quizá si
espero un poco, las cosas cambiaran... No es para tanto. Puedo con esto... Tal
vez si trato de hacer cambiar a la otra persona, no tendré que cambiar yo
mismo". Negábamos que nos dolía porque no queríamos sentir el dolor.
Sin embargo, los asuntos
inconclusos no desaparecen. Se siguen repitiendo hasta que captan nuestra
atención, hasta que los sentimos, lidiamos con ellos, nos curamos. Esa es una
lección que estamos aprendiendo en la recuperación.
Muchos de nosotros no
tuvimos las herramientas, el apoyo o la seguridad que necesitábamos para
reconocer y aceptar el dolor en nuestro pasado. Está bien. Ahora estamos a
salvo. Lentamente, con cuidado, podemos empezar el proceso de sentir lo que nos
hemos negado desde hace tanto tiempo, no para culparnos, no para avergonzarnos,
sino para curarnos en preparación para una vida mejor.
Está bien llorar cuando
necesitemos llorar y sentir la tristeza que muchos hemos guardado durante tanto
tiempo. Podemos sentir esos sentimientos y liberarnos de ellos.
El proceso de pena es un
proceso de purificación. Es un proceso de aceptación. Nos lleva del pasado al presente
y un futuro mejor, un futuro libre de conductas saboteadoras, un futuro que
guarda más opciones que nuestro pasado.
"Dios mío, mientras
vivo el día de hoy, déjame abrirme a mis sentimientos. Hoy, ayúdame a saber que
no necesito forzarme ni reprimir la curación que tengo a mi disposición en mi
recuperación. Ayúdame a confiar en que si estoy abierto y dispuesto, la
curación se dará en forma natural, de una manera que puedo manejar".
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